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Columna de opinión por
Paola Aceituno Olivares

Foto de portada por ŽupaBA VUCBA

Mucho se ha hablado, y seguramente se seguirá discutiendo, respecto de cómo saldrá la humanidad no solo de esta pandemia, sino que además sobre cuáles serán las transformaciones sociales, políticas y económicas que traerá aparejada esta extraordinaria experiencia, tanto a nivel personal como colectivo.

Detrás de estas discusiones se encuentra una vieja y recurrente aspiración, que es la búsqueda y advenimiento de un nuevo hombre o, actualmente, una nueva Humanidad. Estas visiones, discutidas, validadas o desechadas una y otra vez por filósofos, políticos y religiones han resurgido en el marco de esta pandemia con una visión dicotómica entre lo que supuestamente somos o lo que realmente importa.

Sin embargo, pocos ven posible que no ocurra nada, ni menos que retornemos al mismo o casi al mismo ritmo y dirección que llevábamos antes. ¿Por qué deberíamos estar alertas a este escenario poco deseado y visto como poco probable? Una de las respuestas es que hoy existe una gran emergencia que provocará más o nuevas emergencias. ¿Qué se quiere decir con esto? Que una vez controlada la primera emergencia (la pandemia), quizás no se logre tener el tiempo ni espacio suficiente para enfrentar una segunda emergencia, que es y será de tipo económico, o una tercera, de orden político, o alguna otra de tipo natural… o que se den todas juntas, por ejemplo. Por lo tanto, ante esta tormenta de emergencias, puede surgir el apremio de querer acudir a lo conocido, a lo que dio una supuesta estabilidad anterior y no se logre traspasar o mantener una nueva visión, ya que incluso la contienda política en las últimas décadas ha estado lejos de construir alguna y el ciudadano, que siempre espera respuestas contundentes y rápidas, puede querer alcanzar niveles de solvencia económicas pasadas y, por lo tanto, tenga una escasa disposición para soportar innovaciones.

En este contexto, también debiera ser importante preguntarnos cómo llegamos a esto, a esta cadena de emergencias o a esta cadena de vulnerabilidades. He escuchado y leído muchas respuestas, cada uno tiene la suya, algunas convergen, otras obviamente no.

Pero, más allá de la diversidad de perspectivas, hay algo en la mayoría de las respuestas y que las cruza y las vincula; esto es el supuesto comportamiento tendencial que debían mostrar algunas variables que dominaron y soportaron los argumentos con los cuales se movilizaron y nos movilizamos como sociedad. Muchas de aquellas variables, que fueron consideradas como estratégicas –antes de la pandemia–, fueron identificadas y potenciadas en extremo, sin observar la debilidad que implicaba ese potenciamiento y cómo aquello se podía traspasar a la economía del país y, por cierto, a la práctica económica de un individuo.

Podríamos observar que entre aquellas debilidades se encuentra la profundización de un modelo, apostar significativamente por tendencias, exportar hacia donde todos exportan, hacer lo que hacen casi todos, ir hacia donde va la mayoría y tener lo que tiene la mayoría, entre otras cosas. O sea la economía, y nuestra microeconomía, la fuimos monopolizando peligrosamente. Entonces, si hoy hemos llegado a esa orilla que dibujamos con nuestras decisiones, ¿cómo sortearemos la tentación de querer volver a lo que veníamos practicando? A lo que nos funcionó en cierta medida y nos brindó jugosos réditos inmediatos.

Por ello, más allá de aspirar a transformarnos mágicamente en algo nuevo, debemos preguntarnos cómo podemos trazar una ruta que deje de hacernos extremada y peligrosamente dependientes, por ejemplo, de una economía o microeconomía externa. Así, ante el riesgo de volver a lo mismo, debiéramos, internamente, al menos, conservar y construir una conciencia que nos permita ver cuánto de nuestras costumbres exitistas y de rebaño queremos conservar. Ello no solo implica bajar, redireccionar, abrir o transformar nuestras expectativas, sino que incluir en nuestras decisiones preguntas que nos revelen nuestras debilidades.

Es un buen ejercicio, antes de tomar alguna decisión estratégica (las decisiones estratégicas se distinguen de otras decisiones por su alcance económico e impacto en el largo plazo), por ejemplo, preguntarnos frente a la compra de un bien inmueble con un precio exacerbado a todas luces, qué podría suceder con el dividendo si pierdo o pierde alguno su trabajo; qué pasa si tal o cual economía donde el país ha puesto mayoritariamente sus fichas presenta problemas; qué pasa si transformamos la mayor parte de nuestro territorio en monocultivos; qué pasa con nuestra estabilidad política si profundizamos en este camino; o, qué pasa si seguimos ciegamente confiando en tendencias y rendimientos.

Es fácil tachar con calificaciones de negativismo cuando tratamos de observar debilidades, pero recuperar la responsabilidad como un bien social y político implica hacernos preguntas incómodas.

Así, y continuando con los ejemplos, la pérdida o la transferencia de la responsabilidad la podemos encontrar en una serie de frases que se repiten, quizás inconscientemente, como es la expresión que vincula decisiones a objetos o a la imaginación, así es cuando culpamos a la industria, la política, la gerencia, la universidad, el Estado, la competencia, etc., como quienes nos llevan u obligan a esto o a lo otro, dando a entender que es alguna de aquellas entelequias la que toma decisiones la mayoría de las veces. ¿Por qué no volvemos a decir y entender que las decisiones –al menos hasta hoy– las toman personas? Somos nosotros quienes decidimos y no un objeto, una categoría, un edificio, tuercas o departamentos en una empresa; no son ellos los que buscan su conveniencia, los que contratan o despiden, colaboran, buscan soluciones o necesitan un incasable rendimiento o materialismo sin fin. Eres tú, yo, no la máquina ni el cemento. Y con nuestra decisión nos afectamos, querámoslo o no, a nosotros mismos, a otros o a nuestro entorno.

Pero para hacernos responsables debemos hacer los esfuerzos de vernos a nosotros mismos sin disfraz o filtro que embellezca. Nuevamente daré un ejemplo, a raíz de la forzada y acelerada introducción del teletrabajo y la educación a distancia, se quitó un complejo disfraz que dejó al descubierto una realidad más impactante y efectiva que cualquier informe académico o periodístico de tiempo pasado. Al parecer, el PIB pierde su funcionalidad en determinados ambientes y, por lo tanto, hoy podemos ver lo que se esconde debajo de la alfombra, del disfraz y la belleza del materialismo ilusorio.

Es más, hoy muchas familias o personas solitarias –recordemos que nuestra sociedad ha tendido a esto último– no cuentan con los elementos obvios para llevar a cabo un teletrabajo o una teleeducación. Este ejemplo de desigualdad, en relación con las condiciones, demuestra otra vez que disponer de ciertos medios es básico para lograr objetivos laborales, educativos o de transferencia y acceso, por ejemplo, a políticas de un gobierno. Lo que estamos viviendo ha dejado al descubierto una amplia gama de carencias, incluyendo, por si aún no se entiende, que una porción de la población, a la cual están destinadas una serie de políticas en el contexto de la pandemia, no tiene un computador, no tiene las capacidades instaladas, ni acceso a internet para siquiera inscribirse en ellas.

Quizás hay y habrá algunas lecciones que vamos a olvidar al salir de este trance, porque al parecer cuando nadie nos las recuerda, valora o cuando aquellos que vivieron alguna experiencia importante mueren sin haberla traspasado, se diluye el saber en la soledad del tiempo. Pero no solo se diluye bajo esas condiciones, sino que también bajo los incansables lentes críticos de quienes miran las decisiones y experiencias anteriores de manera peyorativa, y recurren a descalificaciones que aluden a la falta de coraje, miedo o sencillamente estupidez humana, y donde frases del calibre del que nunca nadie ha hecho nada, son contraproducentes y desmotivan el querer compartir experiencias, o provocan cuestionamiento internos tan profundos, debido a que degrada esfuerzos o quitan de significado el trabajo que hicieron nuestros antepasados.

Esta práctica del olvido, de los argumentos vacíos de argumentos, el desdén por experiencias pasadas, parece que permite girar una rueda, que ayuda a florecer viejas actitudes, viejos caminos y cometer nuevas pero repetidas equivocaciones.

Por ello y otras razones, mañana deberíamos comenzar con pequeños cambios. Por ejemplo, y sobre la base de la actual experiencia, se nos ha señalado que existen evidencias científicas en nuestro país que permiten afirmar que cualquier síntoma parecido a un resfrío, posiblemente es el temido Sars-CoV-2, ya que según declaraciones, sería el único virus circulando. De esta manera, debiéramos inferir que utilizar mascarilla (quizás no podamos a futuro mantener distancia o confinamiento) debiera ser adecuado cuando estemos simplemente resfriados o con algún tipo de enfermedad que pueda ser transmitida a través de nuestra respiración o conversación (así lo practican países con este tipo de experiencia y últimos estudios lo avalan). Llevar mascarilla no solo hoy, sino mañana, sería una señal de autocuidado, de respeto y aprendizaje que debiera tener diferentes repercusiones en la salud y la atención pública de la salud.

Lo que estamos viviendo y lo que se nos viene es una tarea gigante, la que no solo depende de acuerdos políticos ni de deseos o de un sinfín de cartas firmadas por intelectuales o políticos. Nosotros somos quienes debemos buscar pequeñas nuevas prácticas, pequeños cambios de actitudes que no solo nos impidan olvidar, sino que aprender y corregir, donde el respeto y el cuestionamiento en relación con nuestros objetivos y nuestras ambiciones permitan redibujar aquellas orillas que hemos creído imposibles de traspasar.

Debo, sin embargo, agregar algo que quizás nos guste o no tener presente, y es que lo que estamos enfrentando debe ser mirado como una antesala, un entrenamiento frente a futuras posibles disrupciones, donde no solo deberemos tener la fortaleza suficiente, sino que también el entrenamiento intelectual y emocional que permita hacerles frente. Y esto no es solo para quienes hoy estamos viviendo esta experiencia. Esto es también para quienes vendrán después de nosotros, porque por más que queramos dar todo lo que no tuvimos a las nuevas generaciones, deberíamos incluir en ese regalo las condiciones y capacidades por las que muchos están sufriendo hoy.

Sobre la autora

Paola Aceituno Olivares. Magíster en Ciencia Política, diplomada en Prospectiva y Políticas Públicas y doctoranda en Ciencias de la Administración en la Universidad de Santiago de Chile. Es especialista e investigadora en prospectiva y políticas públicas. Ha publicado diferentes artículos en revistas especializadas y es autora de los libros: “Prospectiva: bases y práctica fundamental para la toma de decisiones” (UTEM, 2017), “Prospectiva estratégica: historia, desarrollo y experiencias en América del Sur” (UTEM, 2015) y “Prospectiva y partidos políticos: escenarios para los próximos 15 años en Chile” (RIL Editores, 2013). Actualmente es académica de la Facultad de Administración y Economía de la Universidad Tecnológica Metropolitana y editora de la “Revista de Estudios Políticos y Estratégicos” de la misma casa de estudios, además de vicepresidenta del Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia y TopLink del World Economic Forum.

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