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Tenía 10 años cuando Ernesto descubrió la verdad. Mientras registraba los cajones de un closet en la casa de sus abuelos paternos en Buenos Aires, descubrió un recorte amarillento de un diario. “Otro argentino asesinado en Chile”, era el titulo de la nota. Se trataba de su padre Bernardo Lejderman. Hasta entonces pensaba que había muerto en un accidente de tren. Pero era un detenido–desaparecido. También su madre, María del Rosario Ávalos.

Los abuelos de Ernesto Yoliztly Lejderman Ávalos habían decidido no contarle la verdad. La idea era que el niño no sufriera… Pasaron cinco años hasta que se armó de coraje para decirles que ya conocía su secreto mejor guardado. Hoy prefiere no juzgar: “Mi abuela casi se suicida cuando se enteró lo de mis padres. Con su dolor, se hizo cargo de mí, vivió para mí. En su lugar hubiese hablado de la situación y hubiese ido a un psicólogo. Pero mi abuela desde que tenía doce años y vino a Argentina trabajó con una máquina de coser, no fue a psicólogos ni tuvo estudios. Con su personalidad, hizo lo mejor que pudo y lo hizo bien”, comentó al diario trasandino “Página 12”.

El próximo lunes 2 de septiembre, a las 18:30 horas, en la Sala Amanda Labarca de la Casa Central de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM) del Estado de Chile, se desarrollará un diálogo con el ciudadano argentino Ernesto Lejderman, en torno a su testimonio de vida sobre un emblemático caso de desaparición forzada en Chile, con el propósito de realizar una más amplia reflexión sobre la memoria histórica. La actividad se realizará en el marco de la puesta en marcha del Programa de Derechos Humanos y Ciudadanía de de la Universidad Tecnológica Metropolitana.

Ernesto es hijo de Bernardo Mario Lejderman Konujowska y María del Rosario Ávalos Castañeda. Su padre era músico y estudiante de Derecho de origen argentino. Su madre era mexicana, estudiante de Sociología y trabajaba de bibliotecaria en la Universidad Autónoma de México (UNAM). Además, ambos eran profesores. Se conocieron en la Ciudad de México y en 1971 se fueron a vivir a Santiago de Chile, seducidos por el proceso de cambios sociales que entonces se registraba en el país.

Al momento del golpe de Estado, Bernardo Lejderman era asesor de la Gobernación de Vicuña, en la actual Región de Coquimbo. El matrimonio fue asesinado en la madrugada del 8 de diciembre de 1973 por una patrulla militar de la dotación del Regimiento Arica de La Serena, en el valle de Elqui. Ernesto tenía poco menos de dos años de edad y se quedó solo en la Quebrada de Gualliguaica, cerca de la frontera con Argentina. Hasta que se llevó un joven oficial.

Su madre permanece desaparecida. Los restos de su padre fueron recuperados en 1990 y enterrados en el cementerio de Vicuña.

El hallazgo en los cajones de los abuelos fue solamente el punto de partida para la larga jornada de Ernesto en procura de la verdad y la justicia. La historia comenzó a emerger desde las cenizas del olvido a comienzos de los 90, cuando tenía poco más de 20 años, y en Buenos Aires recibió una carta desde Chile. Era Sergio Majul, amigo y compañero de su padre. Lo había estado buscando durante años. Ernesto viajó a Santiago de Chile y se reunieron. Fue así como conoció en detalle la vida de sus padres. A continuación, partió hacia la zona de Vicuña, donde su padre había realizado una importante actividad social con las comunidades agrícolas que emergieron de la Reforma Agraria.

“Pude conocer a personas que conocieron a mi papá en el campo y las zonas humildes. Todos lo recordaban. Todo el pueblo se acordaba de mi papá y mi mamá. Las familias querían que me quedara con ellos. Lo mejor fue encontrarme con un pasado que hasta entonces no era mío”, cuenta. Allá conoció a un testigo del asesinato de sus padres. “Era un hombre de campo, muy humilde, sin primaria siquiera. Se llamaba Luis Horacio Ramírez”, describe Ernesto.

“Un delator contó a los militares que Ramírez sabía dónde se encontraban escondidos mis padres, que era en unas cuevas en el valle de Gualliguaica. Una patrulla militar fue a la casa de Luis, a quien torturaron, quebraron su voluntad y terminó llevándolos al escondite”, detalló.

En uno de sus posteriores viajes a Chile, Ernesto visitó las cuevas donde había estado escondido en 1973 con sus padres. Caminó siete horas por las montañas con Ramírez y su familia. En el segundo Gobierno de Michelle Bachelet, hizo una vez más el recorrido, ahora con autoridades de la Intendencia Regional y el Ministerio de Bienes Nacionales para inaugurar un monolito recordatorio.

Los Lejderman se refugiaron en esas cuevas pues sabían que los buscaban. Cuando los encontraron, estaban esperando un arriero que los cruzara a la Argentina por los pasos cordilleranos. Los cadáveres de Bernardo y María fueron inicialmente enterrados por Ramírez, que hizo una marca en la tierra para reconocer el lugar. Ernesto sobrevivió a la masacre y fue a parar hasta un recinto de la Iglesia Católica donde estuvo por un par de meses, hasta que fue rescatado por una amiga argentina de la familia que lo condujo con sus abuelos paternos en la capital trasandina.

No fueron fáciles los años de Ernesto en Argentina, cuando pudo saber la verdad. “Me hubiera gustado crecer y llevar una vida en Chile con mis padres”, comenta. En el país trasandino, sus abuelos vivían de una modesta pensión. No había dinero ni para el bus, pero aún así terminó con esfuerzo la escuela técnica y se recibió de Técnico Electrónico en Comunicaciones. Sufría dolores de cabeza recurrentes y contracciones musculares, por lo que no pudo continuar con los estudios universitarios. Una depresión lo mantuvo en cama por dos años. El pequeño departamento heredado de sus abuelos estuvo a un paso de ser rematado tras una cobranza judicial. Tras ese hecho, decidió encarar a los demonios del pasado.

Comenzó a participar en forma activa en los esfuerzos por verdad y justicia en el caso de sus padres y de todos los casos similares, a uno y otro lado de la cordillera.

El 4 de diciembre de 2000 presentó una querella en la justicia chilena por el asesinato de sus padres. El caso logró una enorme notoriedad al revelarse que, después de las ejecuciones sumarias, el niño fue entregado a la Casa de la Providencia de La Serena, a cargo de religiosas, por el entonces teniente Juan Emilio Cheyre Espinosa, quien llegó casi 30 años después a Comandante en Jefe del Ejército.

Ernesto permaneció junto a las religiosas hasta el 8 de enero de 1974, fecha en que fue llevado a Buenos Aires.

En 2013, Lejderman y Cheyre se enfrentaron en el programa “El Informante” de TVN. “Estoy por dos personas aquí, por mi papá y mi mamá. Estoy aquí por su memoria. Ni a Cheyre ni a ningún ser humano le deseo lo que mis padres vivieron”, señaló. Contó: “Fue terrible tener que presenciar el crimen de mis padres”. Y remató: “Invito a Cheyre a que rompa el pacto de silencio, que diga donde están, que diga que pasó con mi papá y mi mamá”…