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La historia de Buscarita Roa es singular por una diversidad de razones. En primer lugar, es la única chilena que es una Abuela de la Plaza de Mayo, desde que hace 40 años llegó hasta la Argentina y se quedó a raíz de la búsqueda de su hijo José.

Este caso es particularmente dramático, porque el joven había perdido sus piernas en un accidente en Santiago y había viajado a Buenos Aires para acceder a un tratamiento ortopédico. También fueron secuestradas su nuera Marta Gertrudis Hlaczik y Claudia, la nieta de Buscarita, que entonces tenía apenas ocho meses.

Se trata de una historia especial, además, pues el caso abrió paso a un nuevo escenario en la búsqueda de la justicia en Argentina. El 14 de junio del 2005, la Corte Suprema de Justicia del país vecino sentenció que las leyes de Punto Final y Obediencia debida eran inconstitucionales. Para resolver ese fallo, la Corte se basó en el secuestro, la tortura y la desaparición de José Liborio Poblete Roa.

Unos pocos años antes, Buscarita Imperi Navarro Roa, junto con sus compañeras de las Abuelas de Plaza de Mayo, Claudia Poblete había sido encontrada y pudo restituir su identidad luego de vivir como Mercedes Beatriz Landa en un seno familiar militar.

José y Gertrudis continúan desaparecidos. Buscarita, a punto de cumplir 82 años, aún los busca.

Buscarita Roa estará en Santiago de Chile en el marco de una Charla Magistral sobre “Memoria Histórica y Derechos Humanos”, actividad que se realizará el miércoles 22 de mayo a las 10:30 horas, en el Salón de Honor de la Casa Central de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM), en la calle Dieciocho N° 161, Santiago. Con esta actividad, se inaugurara la Semana de la Memoria y los Derechos Humanos de la Casa de Estudios.

Los pañuelos de la plaza

En la dictadura cívico–militar argentina, autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”, José Liborio Poblete, más conocido como “Pepe”, su pareja Marta Gertrudis Hlaczik, apodada como “Trudi”, y su hija Claudia Poblete fueron secuestrados y llevados al centro clandestino de detención El Olimpo, ubicado en la Ciudad de Buenos Aires. Los horrores de ese lugar fueron representados, más tarde, en la película “Garaje Olimpo”, reconocida por el Festival Internacional de Cannes.

El secuestro ocurrió el 28 de noviembre de 1978. Apenas unos pocos meses antes se había celebrado en el territorio argentino la undécima edición del Campeonato Mundial de Fútbol. A Claudia los amigos y compañeros de la pareja llamaban “Mundialito”, por haber nacido en marzo, muy cerca del torneo deportivo.

Buscarita había partido desde la comuna de La Cisterna en 1976 hacia la Argentina, para estar con su hijo. No pensó que se quedaría la vida entera, y que su vida misma adquiriría un nuevo sentido.

Al comienzo, salió a buscar en forma individual, preguntando por uno y otro cuartel policial por sus seres queridos. Al principio, inició la búsqueda con su consuegra. Poco después, cayó en una depresión muy fuerte y se suicidó.

Un día se cruzó con las Madres y Abuelas en una de sus históricas rondas en la Plaza de Mayo. Se quebró y estalló en llanto. Una de las primeras Abuelas, Clara Jurado, la tomó de la mano y la hizo sumarse a esas pacíficas e impresionantes marchas silenciosas, con pañales blanco cubriendo sus cabellos.

Nunca más abandonó la búsqueda, ni las Abuelas de Plaza de Mayo. Recuerda que en las primeras reuniones se enteró de la existencia de miles de detenidos desaparecidos y de la desaparición forzada como práctica estatal. “Hasta entonces, yo era una persona simple que trabajaba y era una dueña de casa”, cuenta.

Buscarita había nacido en la ciudad de Temuco, el 15 de septiembre de 1937, aunque creció en Santiago, porque sus padres murieron cuando tenía tres años y su tía la llevó a vivir con su abuela. A los 10 años tuvo que empezar a trabajar. A los 16 años nació su hijo José Poblete. Mientras el papá hacía el servicio militar obligatorio, ella cuidaba sola a su niño. Más tarde, la relación no prosperó y se quedó sola con dos hijos. Trabajo en labores de enfermería en hospitales y casas.

A comienzos de los 70, Buscarita y sus hijos vivían en una de las poblaciones proletarias de la gran comuna de La Cisterna, en el sector sur de Santiago. Recuerda que “era terrible la pobreza que había”. En medio de esas necesidades, Pepe decidió viajar a Curicó, casi colgado de un ferrocarril. Perdió el equilibrio y el tren pasó por encima de sus piernas. La madre llegó consternada al hospital en que fue internado. Pepe le dijo: “No se ponga triste ni llore. Yo voy a ser el primero que corra con piernas ortopédicas”.

La empresa de Ferrocarriles del Estado le otorgó una indemnización que solamente le permitió comprar una silla de ruedas. De modo, que concibió la idea de partir hacia el otro lado de la cordillera. Pensaba que en Argentina podría lograr piernas ortopédicas y estudiar Psicología. Pronto iba a cumplir 18 años.

En Argentina comenzó una nueva vida. Ingresó a estudiar la carrera de sus sueños en la Universidad, conoció a una pareja argentina y se incorporó a la Juventud Peronista. Con jóvenes discapacitados que conoció en el Instituto de Rehabilitación de Bajo Belgrano fundó el Frente de Lisiados Peronistas, una organización que llegó a contar con más de 200 miembros. Buscarita recuerda a Pepe diciéndoles a sus compañeros que aunque les faltaran las piernas o fueran ciegos tenían que trabajar, que no podían quedarse con limosnas. Después confluyeron en el colectivo “Cristianos para la Liberación”.

El encuentro con Claudia

Gertrudis Hlaczik y José Poblete fueron terriblemente torturados, según las pesquisas realizadas por la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (CONADEP), cuyo trabajo es más conocido como “Informe Sábato”, por su presidente Ernesto Sábato, un connotado escritor que recibió el Premio Miguel de Cervantes en 1984.

Más tarde, Buscarita se enteró que en el “Garage Olimpo” se hizo presente el coronel Ceferino Landa llegó al lugar de detención y se llevó a la pequeña Claudia. Había pasado dos días desde la detención. Le cambió el nombre, el apellido y la crio como hija propia hasta los 22 años.

Gracias a la búsqueda de las Abuelas de Plaza de Mayo, Buscarita pudo reencontrarse con su nieta en el 2000. “El trabajo de búsqueda ha sido muy intenso y con uso de los recursos científicos posibles. El Banco Nacional de Datos Genéticos es donde todos los familiares hemos dejado nuestra sangre, para que cuando nuestros jóvenes quieran saber la verdad puedan encontrarla”, cuenta.

Claudia Poblete fue criada por una familia de edad avanzada. El coronel con su esposa, los apropiadores, no podían tener hijos. Entonces, ya en su adolescencia se apercibía que “no me pueden haber tenido a esta edad”. Pero al principio no quería ni siquiera preguntar. Era una “hija única” y su familia tenía buen pasar económico. A los 22 años se dio cuenta en forma definitiva que no era hija de esas personas, que sus padres eran desaparecidos. Fue un dolor inimaginable.

El reencuentro con la nieta después de 22 años no fue fácil. Fueron necesarios unos cinco años para que Claudia pudiera abrazarla por primera vez. “Hubo que tener mucha paciencia y mucho amor, para ir dándoselo por todo el tiempo en que no pudimos (…) Fue muy de a poquito hasta que los vínculos se fueron acrecentando y se dio cuenta de que tenía una abuela, tíos, un abuelo materno, una familia enorme que la buscaba y la quería. Pasaron 5 años para que me pudiera decir ‘Abu’, para que ella se pudiera sentir protegida conmigo”, cuenta Buscarita.

Buscarita reflexiona que “le costó mucho a Claudia, porque cuando se la llevaron a ella tenía ocho meses, prácticamente conoció a sus apropiadores como sus padres. Pero fue el primer caso de un nieto recuperado que al declarar ante los tribunales de justicia dio su nombre verdadero sin dudar: Claudia Victoria Poblete Hlaczik. Así lo mismo con el nombre de sus padres. La condena judicial a sus apropiadores fue un golpe muy grande para Claudia, por lo que tuvimos que tener mucha paciencia. No trataba de molestarla ni preguntarle cosas de más. A mí me daba pena porque sabía que ella iba a sufrir”.

En el proceso, el imputado aseveró que un médico militar “me ofreció entregarme una beba que había sido abandonada”. Agregó que “en esa época aparecían muchos bebés abandonados”. Los tribunales citaron la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas, la Convención sobre Derechos del Niño y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, para calificar tanto la apropiación de menores y la supresión de identidad, como la desaparición de personas, de “delitos permanentes” y “de lesa humanidad”. “

Hoy, señala, la relación es hermosa y estrecha: “Todo fue caminando muy de a poquito. Un día estábamos charlando en un sillón y ella se para, me da la mano y me pone de pie a mí y ahí nos dimos el primer abrazo. Lloramos muchísimo las dos y fue duro. Me dijo: Gracias abuela por haberme buscado y darme mi verdadera identidad”.

Cuenta que “ahora Claudia viene todos los fines de semana a comer los fideos de la abuela que le gustan mucho. Estaba casada y con una hija pequeña, con la que se pelea por ver de quién soy la abuela. Es algo muy lindo. Pero fue duro y largo el proceso”.

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