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“El mundo no volverá a ser el mismo luego de esta pandemia” es algo que se escucha repetidamente estos días. Diversos líderes internacionales así lo expresan, como prenuncio de una etapa que nos impondrá nuevos hábitos de comportamiento, y que algunos han insistido en bautizar como “nueva normalidad”.

Pero es, sobre todo, la ciencia la que conmina a ello, pues aún resulta imposible predecir el comportamiento del virus, y frente a ello, es preferible tomar estrictos resguardos.

Un modelo del Imperial College de Londres[1] sugiere, incluso, que para no perpetuar el estado de sobredemanda en que se encuentran actualmente los servicios sanitarios de urgencia, la población mundial debiera reducir el contacto social en un 75% por, al menos, los próximos dieciocho meses. Por supuesto que el estilo de vida confinado no es sostenible durante tan extenso periodo (al menos bajo las mismas lógicas de vida a la cual estábamos acostumbrados), por lo que nos veremos obligados a redefinir nuestros comportamientos sociales y de consumo.

Este escenario perjudica enormemente a las industrias culturales y creativas, que hasta el año 2019 representaban el 2,2% del PIB en nuestro país y el 3% en el mundo (Corfo, 2018), en las que se incluye la del libro, ya que depende en gran medida de la edición y venta de ejemplares físicos en librerías. El sector del libro en España, por ejemplo, estima que la caída en las ventas durante la crisis sanitaria equivaldría a un cuatrimestre de pérdidas[2]. El escenario se agrava si se piensa en las perspectivas de la industria una vez flexibilizado el confinamiento. En los meses venideros, esta seguirá viéndose afectada, en primer lugar, por la probable poca afluencia de público en las librerías motivada por un natural miedo al contagio (lo que incluye la imposibilidad de realizar los grandes eventos que redituaban las mayores ventas anuales de la industria, como son las ferias del libro). Y, en segundo lugar, por la inminente recesión económica a escala global, que impactará en las ventas de productos no considerados de primera necesidad.

No obstante el poco auspicioso panorama, este mes y medio de confinamiento ha develado que las personas sí están muy dispuestas a consumir cultura. Algunas transmisiones en vivo de conciertos han batido récords históricos de audiencia (véase live de Pedro Aznar del 25 de marzo[3]) y la inscripción en plataformas de libros digitales por suscripción, en algunos casos, se ha triplicado (véase caso de Nubico, en España[4]), por nombrar algunos ejemplos. Si bien la situación emocional y de bienestar mental derivada del prolongado confinamiento hace que tendamos a buscar espacios de distención y de nutrición intelectual que nos alejen del estrés propio de un encierro, también no es menos cierto que un producto cultural de calidad, presentado en forma y condiciones que denoten una buena curaduría, y que se haga llegar por los canales adecuados, siempre será de interés de las personas dispuestas a consumir cultura, las que esta crisis sanitaria ha dejado de manifiesto que representan un número importante. Así lo entendió, por ejemplo, Alemania, que incluyó en su plan de rescate para esta crisis una línea de liquidez ilimitada para las industrias creativas, considerando a la cultura bien de primera necesidad.

He aquí una de las claves para el futuro de la industria del libro. La crisis obliga a repensar la cadena de valor tradicional del producto, pero también abre una posibilidad para aprovechar lógicas de cooperación intersectoriales e interinstitucionales que potencien la cualidad simbólica del libro como bien cultural en los nuevos contextos de relación social.

Por un lado, en este nuevo escenario, los almacenes y las librerías físicas perderán algo de protagonismo (al menos por un tiempo), pues hoy por hoy representan un gasto excesivo que no se ve compensado con los beneficios tanto monetarios como de visibilidad que generan, lo cual nos conduce al fortalecimiento del comercio electrónico, que debería darse en dos aspectos: (1) como diversificación de los canales de venta al público y (2) como diversificación de la oferta.

Por otro lado, la proliferación intelectual de los(as) autores(as), así como de lectoras y lectores ávidos(as) de contenidos, empuja a las editoriales a ser agentes culturales activos capaces de (1) detectar nuevas oportunidades de publicación y de (2) pensar en estrategias coherentes de relación con los(as) autores(as) y lectores(as), en el marco de los nuevos espacios digitales en los que habitan ambos grupos en función de la adquisición de los contenidos. Ello debería traducirse en formatos comunicacionales más amplios que el libro físico como soporte, resignificando el ecosistema y la bibliodiversidad de las publicaciones. En este último sentido, la invitación consistiría en repensar el habitus de las personas, que posterior a este contexto social, con casi toda seguridad, se verá modificado, abriéndose nuevos matices en el consumo de libros.

Con la plataforma de las librerías debilitada y la de las ferias prácticamente anulada, es muy probable que las editoriales debamos reforzar los canales de venta directa digital, materializando la entrega vía empresas de correo, adoptar sistemas de impresión on-demand y establecer alianzas con empresas especializadas en reparto. El canal de venta propio ofrece a las editoriales la ventaja de un conocimiento del comportamiento de sus lectores sin intermediarios; incluyendo casi infinitas variables que posteriormente ayudarán a ofrecer títulos más adecuados al perfil de búsqueda.

Por otra parte, la diversificación de la oferta debe darse tanto en los contenidos como en el formato, y debería estar orientada por los patrones de búsqueda ingresados por los y las lectores(as). Al desarrollar las editoriales una relación más directa con estos últimos, es posible conocer de mejor forma qué es lo que buscan y curar de mejor manera el catálogo. Por otro lado, debiera mantenerse relativamente estable la producción de ejemplares en papel, ya que representa la mayor parte de las ventas globales –pero evitando en este nuevo escenario la sobreimpresión a la que muchas casas editoras están habituadas– y reforzar la producción de títulos en formato digital, tanto en formato PDF como EPUB. El consumo de ebooks, continúa siendo bajo en comparación con el del libro físico, pero ha reportado en el último año un aumento que debe tenerse a la vista. En Chile, por ejemplo, experimentó un incremento no menor del 21% según el Informe Anual del Libro Digital 2019, de la distribuidora de contenido digital editorial Libranda[5].

Otro aspecto que no se debiera dejar “para mañana”, desde la perspectiva de la política económica y el fomento a la economía creativa, y en relación con la diversificación de los contenidos, es el de darle un nuevo impulso a la traducción. El comercio digital no sabe de fronteras (en Estados Unidos, por ejemplo, se venden más libros en español que en toda España), salvo una: la idiomática. Por ello, resulta sensato potenciar a través de políticas públicas la comercialización de los derechos que poseen las editoriales chilenas e impulsar canales formales en el exterior para que diversos compradores puedan acceder a ellos, así como también formalizar un catálogo de derechos que los promueva y difunda a nivel internacional. Ello, sin descartar la posibilidad de traducir las editoriales mismas sus propios contenidos para, posteriormente, comercializarlos directamente en el extranjero.

En el caso puntual de la edición universitaria, esta posee un desafío mayor y donde los aspectos asociativos son fundamentales, ya que representan una especificidad de títulos, lectores(as), autores(as) que son propios de la circulación, uso de los contenidos y lugar intelectual que ocupan. En este nuevo escenario, el formato de educación a distancia ha cobrado más relevancia que nunca y, por lo tanto, las instituciones de educación superior, que se encuentran al servicio del saber, deben responder, como primera prioridad, a sus comunidades y entornos cercanos significantes. Es por ese motivo que las alianzas estratégicas entre sellos editoriales afines son una vía para ampliar su operación y reafirmar sus relaciones con el medio, pero por sobre todo amplificar su figura como agentes sociales relevantes, donde el margen de ganancias puede ocupar un segundo nivel de importancia para que prime la responsabilidad social de las instituciones, sobre todo cuando hablamos de editoriales universitaria estatales.

El escenario actual y el que se avecina resultan, sin duda, poco felices para la industria del libro, pero debemos reconocer que tenemos una ventaja sobra las otras industrias creativas; la de que su consumo no se da necesariamente en grandes aglomeraciones de personas, nada más su compra, pero hasta cierto punto, y que se cuenta con alternativas para amortiguar un poco el golpe.

Sin duda, la flexibilización de nuestra cadena de valor expresada en una diversificación tanto de la oferta como de los canales de venta, así como la exploración de campos poco trabajados por las editoriales chilenas, como son la traducción o el mercado de los audiolibros –que crece cada vez más en los países de habla hispana–, requieren de una inversión no contemplada en ningún presupuesto reciente, pero que a mediano plazo podría evitar el cierre de muchas casas editoras. En este punto, bien vale acordarse del ejemplo alemán.

Existe una gran oportunidad en toda esta crisis y la mayor parte de las alternativas para sortearla se encuentra más allá de realizar acciones cortoplacistas. El virus nos ha enseñado a mirar con mayor detención pautas culturales que habían sido relegadas a niveles muy menospreciados, o solapadas solo por aspectos comerciales, por lo que resignificar el sistema de relaciones en el ecosistema del libro nos puede ayudar a salir airosos.

Ediciones Universidad Tecnológica Metropolitana.

Nicole Fuentes, Encargada de Extensión Universitaria y de Ediciones Universidad Tecnológica Metropolitana, UTEM.

Cristián Jiménez, Coordinador de Ediciones Universidad Tecnológica Metropolitana, UTEM.


Notas:

[1] https://www.imperial.ac.uk/media/imperial-college/medicine/sph/ide/gida-fellowships/Imperial-College-COVID19-NPI-modelling-16-03-2020.pdf

[2] https://elpais.com/cultura/2020-03-16/la-industria-del-libro-estima-que-sufrira-perdidas-de-mas-de-1000-millones-de-euros.html

[3] https://vos.lavoz.com.ar/musica/pedro-aznar-ofrece-un-nuevo-concierto-desde-su-casa

[4] https://www.efe.com/efe/espana/cultura/el-confinamiento-dispara-la-lectura-en-soportes-electronicos-espana/10005-4218682

[5] https://libranda.com/wp-content/uploads/2020/04/Informe-Anual-del-Libro-Digital-2019.pdf