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De entrada, el título de la obra es un indudable acierto. “Roberto Bravo. La música como puente entre el cielo y la tierra” se llama el libro biográfico que recorre desde diferentes miradas la historia del talentoso músico chileno, reconocido como uno de los más grandes pianistas de América Latina y que se ha presentado en diversos e importantes escenarios de todo el mundo.

El autor del libro es Marcelo Rodríguez Meza, el académico de la Facultad de Humanidades y Tecnologías de la Comunicación Social de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM), quien señala “Esta biografía es el relato de un músico chileno, humanista, religioso, sensible, afectuoso y respetuoso, quien ha hecho de su piano un instrumento de amor, de lucha, de medio para manifestar convicciones, y todo, para que algún día, de una u otra forma, podamos ser mejores”. Para acometer el desafío, sostuvo unas 50 entrevistas a lo largo de seis meses de trabajo.

El trabajo se abre con seis testimonios sobre Bravo escritos por personalidades diversas, como el ex Presidente Ricardo Lagos, el abogado Jaime Hales, la antropóloga Patricia May, la pianista rapa nui Mahani Teave o el músico Juan Pablo Izquierdo. Fue publicado por Ediciones UTEM y a través de sus más de 350 páginas, la biografía del pianista se articula en forma acompasada con el reciente decurso histórico de Chile y la humanidad. Incluye más de cien fotografías históricas y familiares, además de documentos inéditos.

Desde su experiencia Bravo señala en el libro: “La música es el puente entre el cielo y la tierra (…) El artista sólo puede ser uno con el todo universal, cualquiera sea el nombre que se use. El camino es personal, indivisible, es esa energía superior que te es depositaria, que ordena y armoniza a los pequeños servidores de almas que somos los artistas y en cada ser humano que no sabe cómo ni cuándo ayuda en el desarrollo del prójimo”.

Roberto Bravo González comenzó su proceso de formación musical en el Conservatorio Nacional de Santiago con Rudolf Lehmann. Luego, continuó sus estudios en Nueva York con el connotado pianista Claudio Arrau. Posteriormente, pasó una temporada en el Conservatorio de Varsovia, en Polonia, para después partir a la antigua Unión Soviética, donde estudió en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú. Por fin, se perfeccionó en Londres con la maestra María Curcio.

A lo largo de su carrera, ha ofrecido conciertos en algunos de los escenarios más importantes a nivel mundial, tales como el Carnegie Hall de Nueva York, el Kennedy Center de Washington, el Palacio de Bellas Artes de México, el Palau de la Música de Barcelona, el National Theatre de Dublín, el National Arts Centre de Ottawa y el Teatro Teresa Carreño de Caracas. Ha tocado con formaciones musicales de renombre global, como la Orquesta Sinfónica de Berlín o la Royal Philarmonic Orchestra de Londres.

Además, ha sido un artista sensible a los signos de su tiempo: aún se recuerda, por ejemplo, su colaboración con la Vicaría de la Solidaridad en horas aciagas del país. O su reciente participación, en diciembre pasado, acompañando al coro de voces haitianas de la Parroquia de la Santa Cruz de la Población Los Nogales en la Catedral de Santiago. Fue el Concierto de Navidad por la Unidad y la Convivencia, organizado por la UTEM y el Arzobispado de Santiago. “Un gesto hacia la comunidad migrante; una señal de respeto, acogida y de integración”, señaló entonces el artista.